Arde la orilla proscrita de la tarde.
Incide en la almena derruida:queman sus ruinas
las murallas.
Arde el frío y se hace humo
desde todas las bocas,
brilla su escarcha como recién incinerada,
grita su fuego interno crepitando desde el hielo.
Arde la quietud aplastante de las cosas,
el cúmulo inservible de las horas
prendidas por fricción de los minutos.
Vuelca el cielo su inmisericorde
llamarada,
su ojo de universo incandescente
encendiendo la herida de mañana: