Cualquiera a mi edad
se ha licenciado en alto.
Casi todos ya han crecido
en su currículum,
han llenado con su nombre
la línea de puntos
que da identidad a las incógnitas.
Mientras, yo, me entretengo
demasiado en mis retrasos.
Se me quedó atorado el futuro
-patoso como un tacón de aguja-
entre las rendijas del alcantarillado.
Sirve ahora para recogerme
cuando soy un resto de lluvia
que huye de ser sólo un charco.
Cualquiera a mi edad
es titular de su luz propia,
mientras, la mía se demora
como el último estertor
de una muerte lejanísima
de alguna estrella.
Proscrita de mi propia piel,
varada en la tardanza,
lentamente horado con palabras
la madera de mi casco
para poder decir que hago aguas.
Sé, sin embargo,
-con todo el peso de mi tiempo-
que jamás es tarde
para una caricia
infinitamente postergada.
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