Porque odio los silencios puntiagudos
que quedan esparcidos después
del estrépito del derrumbe,
intento sujetarme en estos renglones
retorcidos
con la envergadura muscular de tus abrazos.
A tu palabra acudo,
con la valentía de los arruinados,
a rellenarme de versos las fisuras.
Así apuntalo en mí
tu voz de nombrarme,
esa con la que me rehaces sólida en el aire.
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