Entra lento por la ventana
el amarillo ocre de la caducidad.
Es la luz un cristal caliente
que envuelve viscosamente el tiempo.
El cansancio implora,
con ese gesto
de mar melancólico sin agua,
la unción del otoño en la sed.
Hay una quietud que acoge
mi regreso de los días suspendidos
con el corazón en un grito.
Traigo estruendo en la impaciencia.
Pero Septiembre se ha descalzado
-me invade de puntillas como un delincuente-
para no convertirme en más ruido.
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