Esta espiral cavernaria de mi corazón
(como el esqueleto del nautilus,
armazón que un día albergó palabras
que las manos dibujaban cada noche
como quien crea galaxias
desde el dolor urgente de estrellar el alma,
de alumbrar belleza en el vasto silencio de su nada),
a veces sueña que vuelve a latir con afán de púlsar ,
en la densa pequeñez de algún poema.
Ahí estalla el amor en su magnético campo de batalla:
como una hidra luchando
en un agujero negro,
creciéndole dos versos
por cada uno que el vacío amputa.
En este universo paralelo,
esta espiral cavernaria de mi corazón
no debería soñar sin consultarme:
aún el vértigo de mis manos
no sabe estar a esa altura.
no sabe estar a esa altura.