Que algún dios de los precipicios
me explique por qué a demasiada altura
se me ahuecan los huesos,
y por qué entonces disgregan mi médula abisal
y me derrumban
en lugar de volar como la envidia
que he acumulado sobre las alas de los pájaros.
Por qué todos los faros seducen
a la luz de acantilado de mis venas,
y por qué desde su ojo la convierten
en el deseo de ser el grito de la espuma.
O por qué el alféizar donde expongo
la esperanza como señal
para que me encuentres
termina prefiriendo cavar túneles.
O por qué el amor
siempre termina
teniendo forma de cornisa.
O por qué, cada noche,
en el abismo blanco de las hojas
inescritas,
soy realmente lo que soy:
una acróbata del vacío
describiendo el vértigo de la palabra.
(Patagonia. Christophe Huet)