Tengo un desván inmóvil detrás de mi frente.
He oído cada noche el crujir inerte
de su parálisis,
su despótica quietud de frío.
Desde su puerta como boca de gárgola,
escupió su veneno congelado
en las blancas planicies de la inocencia,
instauró su miedo extemporáneo.
Mas sucede ahora que te amo.
Te sucedo, me sucedes.
La vida usa nuestra piel
para cumplirse.
Eres tú, tu mano
de temblor nocturno,
quien nombra la inmortalidad
de mis rescoldos,
la sublevación de las cenizas.
Puedo ahora, con esta luz apócrifa,
inocularle a las piedras del pasado
mi “Y sin embargo se mueve”.
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