martes, marzo 03, 2009

La nada incorriente







En esta ciudad,
todas las tardes
se quedan
a morir
entre los alisos.

Sus peines de sombras
alisan el alma
para que pueda tumbarse
sobre el frío
sin romper el agua.

Sucede entonces
que el tiempo
extinguido
flota un instante
sobre el reflejo de lo que fuimos,
detiene nuestra pérdida
sobre el último hálito de la luz.

Anochece ya,
hundimos la penumbra
en su ceguera
y apagamos el corazón.







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